Nuestra historia empieza hace 62 años en Buenaventura, tierra de palmeras, chontaduro y viento con olor a mar. En este mágico lugar nació doña Yanet, una mujer afro de grandes ojos azabache, cabello rizado y un temple inigualable, una mujer de relaciones intensas y genuinas, que no ha dudado ni un solo instante en cuidar de los suyos, pese a las circunstancias y dificultades que se le han presentado en su vida.
Yanet nació en el seno de una familia numerosa, siendo la menor de todos sus hermanos. Creció a la orilla del mar, en un pequeño ranchito levantado en madera, el cual tocaba el mar cada que subía la marea, un lugar humilde pero un lugar lleno de amor y protección. Al recordar su niñez, Yanet nos cuenta con ojos de nostalgia:
“Mis padres, aunque exigentes, estaban llenos de amor y cuidados para mí, a pesar de las necesidades que teníamos como familia, en mi casa nunca faltó un plato de comida. Mis papás nos dieron estudio, nos mandaban a hacer ropita con el sastre y mi mama pasaba largos ratos haciéndome crespitos en el cabello. Me sentía amada. También recuerdo que mis padres no me pegaban, buscaban la manera que yo entendiera que estaba haciendo algo mal, así como el día que casi me ahogo, aprendiendo a nadar al escondido, pues ellos no me dejaban lanzarme al mar. Ese día ¡ay! yo pensé que me iban a pegar, pero no. Me dijeron que entendían que estaba creciendo y me explicaron los peligros de lanzarme al mar”.
VIVIENDO SU PROPIA EXPERIENCIA DE CUIDADO
Su primera experiencia de cuidado fue cuando aún era muy joven y nació su primer hijo, a quien se dedicó a cuidar con las inseguridades propias de una madre primeriza, aun así, convencida de que el amor que sentía hacia su hijo sería suficiente para impulsarla a aprender a cuidarlo de la mejor manera. Con el nacimiento de su hijo, empezaron a emerger esas enseñanzas que le habían dejado sus padres sobre el arte de cuidar, donde se hacía necesario brindarle un hogar estable y seguro para su desarrollo, pero, además, era necesario construir con él un vínculo de amor que sabía muy bien cómo crearlo.
“Tenía mucho miedo de fallar y causarle algún daño a mi bebé, pero siempre me basé en el cuidado que recibí de mis padres, en especial de mi madre que me enseñó a amar incondicionalmente, a dedicar tiempo, a chocholear, apapachar, a darle cuidados y de los mejores, ¡ah! y a tener paciencia porque hay que tener mucha paciencia para cuidar y criar bien a los hijos”.
Este proceso, que para doña Yanet resultaba maravilloso, se vio interrumpido por el fallecimiento de su pareja y padre de su bebé. El niño contaba con apenas año y medio de vida cuando se dio el deceso. Este fallecimiento marcó un antes y un después para Yanet quien decidió que, a pesar de las adversidades que se estaban presentando, cuidaría de la mejor manera posible de su hijo, ahora sola. Luego vinieron los demás hijos, doña Yaneth nuevamente encontró el amor y se casó con quien compartió el resto de su vida. Tuvieron dos hijos a los cuales Yanet se dedicó a cuidar, mientras que su esposo trabajaba para obtener el sustento del hogar.
“Cuando nacieron mis otros dos hijos yo ya me sentía más segura, pues me había entrenado con mi hijo mayor. Para ese momento tenía muy claro que el amor es lo principal para brindar buenos cuidados, pues tú cuidas de la mejor manera lo que más amas y, en mi caso, el amor por mis hijos era demasiado. Yo trate de trasmitirle a mis hijos eso que me enseñaron mis padres, a amar y a cuidar, porque sabía que algún día ellos iban a tener sus propios hijos y yo quería que siguieran el legado de sus abuelos. No me importó que mis hijos fueran varones, les enseñé a cuidar”.
¡VOLVER A EMPEZAR!
¡Ahora doña Yanet es abuela! y su legado de cuidado continúa, pues ahora, desde un lugar diferente, brinda amor y cuidados a sus nietos. Valeria, su nieta mayor nos cuenta con una sonrisa en su rostro:
“Mi abuelita nos chocholeaba mucho, yo me peleaba con mis hermanos por la pierna de mi abuela porque ella siempre nos cargaba. Yo era la más apegada a ella, siempre iba a mi casa por las noches y me acariciaba hasta que me quedaba dormida, mi abuela nos ha dado mucho amor”.
Sin embargo, las adversidades que forman parte de la vida llegaron nuevamente a la familia Mideros. Valeria y Andrés quedaron al cuidado de su mamá, Natalia, un día, según nos relata Yanet la vida la llevó a volver a empezar con aquello de brindar amor y cuidados.
“Natalia, la mamá de mis nietos tocó a la puerta, acababa de llegar de Buenaventura con Valeria y Andrés, no se le veía bien, estaba pálida y como enferma. Mis instintos no me fallaron, Natalia me conto que tenía cáncer y que iba a iniciar su tratamiento de quimioterapia. Recuerdo que me dijo ‘Doña Yaneth, usted es la única persona en la que confío para cuidar a mis hijos, usted más que nadie sabe cómo amarlos y cuidarlos’. Ella como que presentía algo, pues a los meses falleció”.
Para los hermanos Valeria y Andrés fue un momento complicado y doloroso, pues ya se habían separado de su papá y ahora se habían separado de su mamá. Valeria fue la más afectada, porque para ella el ser más importante en su vida era su mama; sin embargo, doña Yaneth los recibió con los brazos abiertos, asumiendo desde entonces sus cuidados, lo que ha sido muy significativo para los niños, en especial para Valeria, quien, con un nudo en la garganta, nos dice.
“Mi abuela nos enseña a ser personas de bien, ella es estricta, pero lo hace con amor, para que salgamos adelante, ella, por ejemplo, no nos deja salir solos a la calle porque dice que es un peligro, pero nos lleva al parque y nos acompaña, asegurándose de que no nos pase nada malo y podamos divertirnos. Ella siempre está pendiente de todo, de nuestras tareas, de nuestra comida, de que tengamos la mejor ropa y que la cuidemos. Ella nos ha enseñado a cuidar y a hacerlo con amor, por eso también me gusta cuidar a mis hermanos pequeños y chocholearlos, como mi abuela me chocholea a mi”
Yanet tiene una gran vocación y mucho amor por sus nietos, elemento que para ella es la base fundamental del cuidado, sin embargo, este proceso de cuidado fue un reto para ella, ya que debió pasar de un rol de abuela, a asumir un rol materno que le implicó cambiar un poco la relación con sus nietos, pues ahora tiene que contenerlos, apoyarlos y guiarlos s desde un lugar de autoridad que antes no ocupaba.
Pese a lo anterior y a las adversidades que se presentan, Doña Yanet está convencida que el amor y cuidado que le brinda a sus nietos permitirá que se desarrollen a plenitud, cumplan sus sueños y continúen el legado de amor y cuidado.
“Debo confesar que a veces pierdo la paciencia, pues a mi edad es difícil entender a los muchachos de ahora, sin embargo, día a día hago mi mejor esfuerzo para entenderlos y ser una abuela moderna. Todo lo que hago es por el amor que les tengo, porque ahora soy la única familia que ellos tienen. Me siento muy bien al verlos felices y ver que mis esfuerzos valen la pena”
Yanet continúa con el cuidado de su familia, reconoce que muchas veces que no puede sola, quizá por ello es una de las referentes de cuidado más atentas en los espacios de acompañamiento. Le encanta auto evaluarse, hablar de la forma en que está cuidando de sus nietos, es receptiva a las recomendaciones que le realizan en Aldeas Infantiles y se siente orgullosa de perfeccionar cada día más ese legado que le dejaron sus padres, el arte de cuidar.
*Este texto fue posible gracias a la participación del programa del Valle del Cauca en la iniciativa El valor de las historias, en los que los programas de la organización, con presencia a nivel nacional, comparten sus testimonios, historias de vida, iniciativas comunitarias y contenido pedagógico para expresar a través de ellos la esencia de nuestra organización.