El olor del pasto, del campo y del amanecer
Catalina recordaba el olor del pasto, del campo y del amanecer. A través de un sueño se veía, recorría el patio de su casa, aquel en el que había crecido con su mamá y hermanas. Sus dedos dibujaban cada espacio, revivía los momentos de aventuras, juegos, tristezas y sobre todo el número de horas que pasaba observando la bella montaña ubicada en el horizonte del paisaje la que, al amanecer, le mostraba lo feliz y tranquila que se sentía viviendo allí.
Ella y sus hermanas sabían que su cabaña les representaba su cultura, sus anhelos, sus sueños: en el solar de la casa recreaban casitas en arena, construían torres con piedras, jugaban fútbol, montaban cicla, jugaban a la venta de alimentos, al restaurante, simulaban ser su mamá, vendían arepas de chócolo. Pasaban los días disfrutando de su niñez, muy juntos entre hermanos, recuerda que traían flores y con un gesto de amor las entregaban a su mamá. Así pasaban sus días de la cabaña al río, del río a los juegos en el solar, del solar al campo.
Y siempre su mamá allí con ellas, dedicada a sus quehaceres, pero muy atenta de su cuidado. Fueron felices, hasta que un día sin comprender lo que pasaba, con mucho miedo tomaron algunas cosas, alrededor de su casa se escuchaban voces graves, veían hombres bastante rudos con botas pantaneras, el vendaval de la violencia las obligó a dejar sus cosas, su vida, su felicidad.
El viaje a la ciudad
La mamá contempló a su familia con ternura y resignación. Las niñas con valores nobles y leales iban a donde su madre las llevara. El pánico, la angustia, el dolor fueron las razones de la madre para partir en búsqueda de un refugio para sus hijas, abandonando la cabaña.
Catalina detenía su mirada nuevamente al horizonte y sus sueños iban quedando atrás, el olor del campo se reemplazó por el olor a ciudad, la vida rápida. Sus sentimientos pasaron de alegría a temor, angustia.
Como opción de cuidado la mamá buscó apoyo en una casa transitoria llamada semi internado. Catalina y sus hermanas iban de lunes a viernes, su vida cada día se transformaba en algo muy diferente a la vida del campo, los rostros de cada una de ellas cambiaron, su ánimo ya no era el mismo y aunque no fuera de su agrado, fueron comprensivas ante las decisiones de su mamá, sobre todo tenían claro que el tema económico pesaba ante las decisiones del momento.
La mamá de Catalina sentía la gran necesidad de brindar alimentación, techo y seguridad para sus hijas. Ella pasaba por un momento de frustración, dolor y enojo. Un día en el trasegar de la ciudad su teléfono fue arrebatado de sus manos; perdió comunicación, y después de ello también, dejo de ir al semi internado.
Aquella situación para Catalina y sus hermanas significó otro desprendimiento aún más extenso y doloroso. Llegaron a una nueva casa, una que no les gustaba. Catalina en medio de su desconcierto asumió una actitud de silencio, rabia y tristeza.
El encuentro en familia
La madre de las niñas no contaba con vivienda estable, ingresos económicos, así como habilidad para asumir audiencias que las hacían sentir tímida, temerosa, no sabía cómo argumentar que lo había hecho por un acto de amor y protección hacia sus hijas.
Durante este tiempo fue contactada por un grupo de personas, quienes, a través de la empatía, cercanía, disposición, comprensión y escucha, unieron sus fuerzas para animar a Catalina y sus hermanas frente a la esperanza de regresar junto a mamá.
A través de juegos, intercambio de palabras, escucha activa, motivación y afecto, la familia inició espacios de encuentros. Aunque Catalina hablaba poco demostraba en su rostro agrado por estos momentos y siempre preguntaba y anhelaba la salida de este lugar donde estaba siendo acogida.
Catalina se dedicó a estudiar, allí se refugiaba en momentos de tristeza, pero siempre guardó la esperanza de regresar con mamá. Y su mamá con ayuda del grupo de personas comprendió que fue lo que pasó, así como en cuánto tiempo debería ajustar todo para recuperar a sus dos hijas menores, con la ayuda de una de sus hijas mayores empezaron a preparar el lugar para vivir en la ciudad.
El regreso: la cabaña nueva
Al mismo tiempo la familia fue comprendiendo la importancia de incluir la opinión de las niñas, reconocer sus talentos, habilidades, gustos, y anhelos. Por esta razón se esforzaron muchísimo para ir construyendo la casa en su pueblo natal su “cabaña nueva”.
De esta manera se preparó la mamá para que sus hijas la vieran llena de poder, energía, entusiasmo y muchas ganas por salir adelante. Tanto así que llego el día del regreso de las niñas al hogar.
Los ojos de la madre y su hermana mayor se llenaron de lágrimas cuando vieron llegar a las niñas, parecía que Catalina y sus hermanos iban a estallar de alegría, de los abrazos que se daban con tanto amo. Catalina gritaba, lloraba, se acomodó en su cama y suspiró...
El pueblo rompió en llanto al verlas juntas a todas de nuevo y en coro mencionaron “porque tenemos derecho a vivir en una familia”, sin importar lo que le costara.
Catalina y sus hermanas están creciendo felices en su cabaña, aprendiendo de su mamá todo lo que las familias deben saber sobre la vida. Se han convertido en una familia fuerte, segura comprensiva que hoy son recordados por haber sido la familia auténtica, agradecida y más emprendedora del municipio de Gachalá.
Catalina cada amanecer observa su montaña favorita y sueña en reunirse con una de sus hermanas mayores quien hace poco viajó a los Estados Unidos.
*Este texto fue posible gracias a la participación del programa de Bogotá en la iniciativa El valor de las historias, en los que los programas de la organización, con presencia a nivel nacional, comparten sus testimonios, historias de vida, iniciativas comunitarias y contenido pedagógico para expresar a través de ellos la esencia de nuestra organización.