Derecho de los niños
– octubre 1 2015
Del estremecimiento a la acción
Por: Judith Sarmiento Granada
La sociedad se estremece cada vez que conoce una noticia sobre la muerte de un niño a manos de su propio padre, o sobre el maltrato de una madre a su bebé, o el abandono de un recién nacido en un basurero y tantas otras atrocidades que ocurren a diario en nuestro país y que solo sacuden las conciencias cuando son publicadas por los medios masivos de comunicación.
Unos cuantos días dura el revuelo frente a este tipo de noticias y muchas veces se llega al absurdo de condenar a los periodistas por publicar cosas tan horrorosas y de exigir la renuncia a los funcionarios que supuestamente son los directos responsables de lo ocurrido. Una y otra posición pueden tener cabida, pero rara vez el estremecimiento tiene que ver con ese principio básico de la ley de infancia y adolescencia: la corresponsabilidad. Sí, esa que consagra tan pomposamente el artículo 10 de la ley 1098 de 2006, cuando dice que la familia, la sociedad y el Estado somos corresponsables de garantizar el ejercicio de los derechos de los niños, niñas y adolescentes.
Si bien es cierto los funcionarios tienen su cuota de responsabilidad porque representan al Estado y los medios de comunicación porque son parte de la sociedad y tienen dentro de sus obligaciones la promoción de los derechos de la niñez, según dispone el mismo código, rara vez extendemos esa responsabilidad a otros sectores: ¿Dónde estaban los vecinos del niño muerto o maltratado que escucharon los escándalos o vieron al papá, o a la mamá golpeándolo? ¿Dónde estaban los maestros y directores de escuelas y colegios que lo vieron tantas veces deprimido o con signos de maltrato? ¿Dónde estaban los médicos, enfermeras y demás personal del puesto de salud, hospital o hasta farmacia que lo atendieron tantas veces sin notar que sus lesiones eran producto del maltrato?... Pero, por encima de todo: ¿Dónde estaba la familia?... esa que va más allá de papá y mamá y que no puede hacerse la desentendida frente a este tipo de situaciones. Con esa palabra Corresponsabilidad como trasfondo planeamos semana a semana “En Familia” de la alianza Caracol Social-ICBF; tratando de mantenernos siempre conscientes de que lo que le sucede a la familia no es asunto privado, sino que por mandato de la propia ley es asunto de todos, por supuesto sin invadir la intimidad de las personas.
De acuerdo con los datos de los Estudios Generales de Medios EGM, la audiencia del programa no ha parado de crecer desde hace casi siete años que lleva al aire, lo cual nos demuestra que los asuntos familiares son del interés de todos, sin distinción de sexo, grupo étnico, región o estrato social. En el contacto personal con oyentes en muchos lugares del país he podido comprobar la composición tan heterogénea de nuestra audiencia y lo que me comentan es justamente que todos tenemos familia: grande o pequeña, estructurada o disfuncional, unida o dispersa, amorosa o indiferente, pero familia al fin y al cabo y por eso a todos nos interesa hablar del tema y oír hablar no solo a los expertos sino a otros colombianos que sienten como nosotros, viven como nosotros, sufren como nosotros, sueñan como nosotros y crían hijos como nosotros.
Con esa convicción trabajamos los contenidos en el equipo de producción de “En Familia” y por ello dejamos cada domingo sobre la mesa de los colombianos un tema para debatir, comentar, conversar o reflexionar, en busca de mayor bienestar para esas familias que nos escuchan. Con esa misma convicción creemos que ese es nuestro aporte como medio de comunicación, para hacer realidad la corresponsabilidad que no solo la ley nos demanda sino que nuestro corazón solidario debe convertir en práctica cotidiana.
Cierro esta columna con un planteamiento que repito con frecuencia: tratándose de un niño o una niña, cuando la realidad es cruda, la naturaleza primordialmente bondadosa del ser humano lo inclina a expresar su afecto y a obrar con compasión. Óigase bien: compasión –que es un sentimiento que mueve a la acción y no lástima- o explotación irrespetuosa de la condición de miseria y marginalidad que acompañan en un alto porcentaje los hechos que involucran a la niñez.
No nos creamos la tan repetida frase: “este país no tiene remedio”; sí lo tiene, si escuchamos el clamor de Gandhi cuando decía: “Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos”. Ya es hora de pasar del estremecimiento a la acción.